Desde que dejamos la infancia atrás, ya hemos tomado una de las decisiones más importantes de nuestra vida, aunque rara vez seamos conscientes de ello: elegimos cómo vamos a ganarnos la vida. Es una elección que define el curso de nuestras metas financieras y personales, pero, curiosamente, muy pocos se detienen a reflexionar sobre lo profundo de este acto. Nos inclinamos hacia lo que nos llama la atención, seguimos los dictados de nuestros padres, o simplemente elegimos el camino que parece ser más sencillo.

A lo largo de los años, hemos sido educados para perseguir un ideal social: un empleo estable, un ascenso constante y, con el tiempo, un retiro cómodo. Nos han contado que esta es la fórmula del éxito.

Dentro de esta narrativa, ¿cuántas veces has escuchado a alguien decir que sueña con ser un vendedor? No es nada común. De hecho, la venta directa, como la de productos por catálogo, se considera el último recurso o algo complementario. Incluso, desesperado. Para muchos, la idea de dedicarse a vender es un camino incierto y, en el mejor de los casos, secundario. La sociedad ha preferido enmarcar el trabajo administrativo como la ruta digna, la que promete prestigio, estabilidad y respeto. Pero hay un detalle que se pasa por alto en esta ecuación: todos estamos vendiendo algo, aunque no siempre lo llamemos así.

Y, si no somos vendedores, ¿qué es lo que vendemos?

Cuando alguien consigue un empleo, no está vendiendo un producto en el sentido tradicional, pero sigue vendiendo. La experiencia es una de las monedas más preciadas en el mercado laboral. A medida que enfrentamos los mismos retos una y otra vez, nos convertimos en expertos. Pero, ¿qué pasa si no sabemos cómo comunicar ese valor? Sin una “venta” efectiva de lo que sabemos, nuestra experiencia puede quedarse en un cajón, sin reconocimiento ni recompensa.

Del mismo modo, vendemos conocimiento. Quienes son dueños del famoso “know-how” suelen ser vistos como pilares dentro de una organización. Aunque a veces, esa especialización puede ser un arma de doble filo. Si no sabemos vendernos, podemos acabar estancados en el mismo puesto durante años, explotados por la misma habilidad que, en teoría, debería impulsarnos hacia adelante.

Y luego está el talento. Todos conocemos a esa persona que sobresale, no solo porque hace bien su trabajo, sino porque parece ser imparable en su capacidad para obtener resultados. Sin embargo, el
talento, al igual que la experiencia o el conocimiento, no es suficiente. El verdadero valor radica en saber venderlo.

El verdadero juego es saber venderse.

Aquí está la verdad incómoda: no siempre son los más capacitados quienes llegan a los puestos de dirección. No siempre los que más saben o los que mejor resuelven problemas son los que lideran. Quienes llegan más lejos son los que saben venderse. Esto puede generar frustración en muchos empleados que ven cómo compañeros que antes estaban a su mismo nivel ahora ocupan los cargos superiores. Pero esa promoción no es casualidad, ni suerte. Es, simplemente, el resultado de que esas personas entendieron algo fundamental: la venta más importante que harás en tu vida es la de ti mismo.
Si de algo debemos estar seguros es de que, independientemente de lo que hagamos, el acto de vender está presente en cada paso. Pero, ¿qué es lo que realmente estamos vendiendo? La respuesta es sencilla:

Todos vendemos soluciones.

Cada vez que alguien toma una decisión, ya sea en la compra de un producto o un servicio, o en la contratación de un empleado, lo hace porque busca resolver un problema. Todos tenemos problemas, y lo que vendemos, sea tangible o intangible, es nuestra capacidad para resolverlos. Esto es cierto tanto para el emprendedor que vende su producto como para el empleado que vende su habilidad. Al final del día, el mercado recompensa a quienes ofrecen las mejores soluciones.

Sin embargo, a pesar de que las soluciones son tan valoradas, vivimos en una sociedad que tiene aversión a los problemas, tan es así que ahora, en lugar de llamarlos propiamente “problemas”, utilizamos un eufemismo y les llamamos “áreas de oportunidad”. Nadie quiere enfrentarse a ellos, y mucho menos resolver los de los demás. Esta mentalidad de evitar los problemas es, de hecho, una de las principales razones por las que tantas personas se quedan estancadas en sus puestos, incapaces de avanzar.
Y esta es la verdadera clave: los problemas no son nuestros enemigos, sino nuestras oportunidades más grandes. Aquellos que deciden enfrentar los problemas y, aún mejor, encontrar maneras de resolverlos de forma efectiva, son los que alcanzan el éxito verdadero. Identificar los problemas que puedes resolver no solo te convierte en valioso, sino en indispensable.

Ahora que sabemos que el éxito está en vender soluciones, lo siguiente es un ejercicio de introspección. ¿qué problemas puedes resolver? Tal vez eres excelente gestionando equipos, o tal vez tienes una habilidad especial para identificar ineficiencias en los procesos. Sea lo que sea, ese es tu producto. Y, al igual que cualquier producto, necesita ser refinado, estructurado y presentado de la manera correcta.
Desarrolla un método. Encuentra un sistema que te permita desglosar los problemas en pasos simples y manejables. Crea una estructura clara y, más importante aún, aprende a venderte. Porque al final del día, no es solo cuestión de saber hacer algo bien, sino de convencer al mundo de que tú eres la solución que estaban buscando.

En última instancia, todo se reduce a estas dos afirmaciones:
1- No importa si eres un emprendedor o un empleado en una empresa, recuerda que todos estamos vendiendo algo.
2- La clave del éxito no radica solo en nuestras habilidades o conocimientos, sino en nuestra capacidad para vendernos a nosotros mismos como la solución a los problemas de los demás.

Así que la próxima vez que pienses en la palabra “ventas”, no pienses solo en catálogos, productos o comisiones. Piensa en lo que ya estás vendiendo. Piensa en ti mismo como la solución que alguien está buscando. Porque en ese momento, estarás mucho más cerca de alcanzar el éxito que tanto anhelas.

Gabriel Castelán González.
Consultor en estrategia de negocios, apasionado del mundo digital y entusiasta de la ciencia, la tecnología y la innovación.
Website: gabrielcastelan.me

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